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Semillas del corazón del sueño


I
Ella, que acuña
cautiva,
sosiego incuba.
Crisol místico,
rústico anhelo
molde de arena,
dehesa
cantara mi pecho,
cristalina bóveda,
que la noche escapa
por su pecho.
Como cuña de hermosura,
ella.

II
Lo que atañe
que la bruma
sea siempre gris,
causas, razones,
e improperios.

Nadie puede abrir
semillas en el corazón
del sueño.

Poesía para vencejos y aviones,
comienzo por el final,
porque no he acabado.
Ni las horas se pueden 
escapar de mis manos,
ni el tocino amarrar.
Mayor castigo los dioses
es satisfacción.
Oh, locura justa.

III
Resogo este empeño,
traspuesto a los fuegos,
del hombre y su cuerda,
Dirección umbría,
vivir colgando huesos
de sus pestañas huecas,
bajo mis sombras,
cenizas laten,
la quebrada fluye,
un iris de ojo
negro, en estos pilares 
ardientes,
que me alzan.


IV
Agudo filo nacido,
mi destino.
Recuérdame en la tijera,
desdoblando la espera,
hoy por hoy,
mañana por ayer,
el frío en la piel,
de estas cuchillas sonrientes,
y su esperanza,
carcomida,
acabada en umbral de luz.


V
Miénteme aparte,
vida en gozo,
el violín de mi idea
corriendo por fuera,
marchando lanzas
como flores,
de tierra, y el tiempo,
solo, hinchado,
dormido.
Rehúyo de mi pasado,
que se clava
en mis brazos, 
mírame aparte,
del punto y su silencio seco.


VI
Tierra invernando;
acogen pendientes de aire,
fieles terrones desmembrados,
una mujer sembraba,
acogedores racimos,
entre sus malvas granas,
su pecho, un trabajo
que floreaba compostaje,
sereno, con dos botones solapados.
Ella sembrada en paja
de primavera,
era capaz de arrebatar,
la solana,
de molinos fugaces.



VII
Vestía el regazo de la cepa,
donde sangre de Tierra
hacía alarde,
al rebujo su trilla,
gorgojaba simientes,
desde claro oscuro
de labranza,
mojaba su añorar,
en composturas olvidadas,
de las espigas rojas,
recomponía suspiros,
de las tierras.


VIII
Un silo dormido
se afilaba,
era su momento,
sin capa,
con espada,
abría su maternal vientre,
en flores de carne,
afinaba su silueta,
un corcel centauro, sereno;
con diente de aire,
tomando de su blanca tez
cabellos de rayos solares.


IX
Caminaba un sapito
teniendo guarida,
bajo una piedra
era o no era
plañía la nube
desde el canal,
que depositaba
la acequia.
Entre surcos de la sed
que las plantas llevan...






Förüq

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