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VELA Y MADRUGADA


I
Aún es tiempo de que venga,
el sentido poema,
tanto aguardado
como huye el hervor,
toda primavera.
Deseo como Sol ardiente,
de un estío sin patrón,
ni costumbre, 
en sus albos ojos fijados,
albos, enjutos de infinito,
pardo, ardiente.
De azar inconcluso
y ocho velas,
que pongo la mía
y son nueve aciertos.


II
Dehesa de Sátiros
este corral asceta.
Me derrite la decencia,
quiero, por demarcación
ágil, deseo mi vampira ardiente;
y no conozco su extenuación valiente, 
todavía.
Sólo que este brujo, ha hechizado
de dentro hasta fuera,
y su cordura demente,
que de él solamente,
era y le dictaba.



III
Yerta la página,
que su alma trinaba,
y por trino no era canción.
Era su gorjeo que me eriza,
desde sangre,
a su cúspide inefable,
expandirme en arrullo,
puedo,
pero mi espada cedo a su mano,
todo fiel de compostura,
no hay sota de bastos,
sin reino ni basto figurado la proteja.


IV
Bastamente soy ceporro,
hasta necio,
los campos sordos.
Pero deseo más a ella 
que el agua al aceite,
para ser, eso,
dualidad de esencia,
que a puro roce,
dilata, ensarta, y huye,
como si tiempo fuese pavimento,
y sus ganas,
aire de fragancia,
virilidad mía feminidad suya.


Er lobo bohemio Esteban


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