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Mi carta en mesa

 






VIEJO NÚMERO NUEVE TOSTADO:

Veta abierta
que respira
quién no soy:
No soy el mundanal ruido,
ni la pesadez un plomo de caza.
No soy de la virtual máquina,
ni su teclado,
ni vivo en su pantalla,
tampoco soy del azur celeste,
ni de la malva mística,
tampoco me creo arena, la orilla
de un río de olvido,
ni menos iracundo azar de pensamiento,
dictado.
Sangre derramada en sustrato y su gemido,
de ramilletero ciego.
Podría ser nota de melodiosa armonía,
que baila siempre en mi mano
como ideal cuando desliza letras.
Huella lo dulce y meloso,
de este azar de nueve principios.
Mi rostro sembrado en lo que hago,
como enraíza una simiente
bajo sustrato,
si no me comprenden soñando,
1, me ruboriza,
y amo a Musa, doncella escarlata,
sí una ensoñación onírica,
sin conocer sólo leer su vestigio floreciente 
su verso,
dos, no soy de su cotidiano ni mundo, 
convencional,
soy más que del saco, común genérico,
ni habitual,
ni ordinario,
ni rutilante,
ni rumiante como una cabra.
Mina el verso mi pluma que escribe.
Nunca fui salitre ni ola de mar,
del hierro forjado, acierto,
Sol de sangre encendida,
candente como mi amor,
y que desprestigien lo que amo,
y sueño desde que el tiempo,
fue huevo de dragón,
no es grato ni placer,
insinuen escurrajas de escupitajos en pensamiento,
lo que su conciencia creía poesía,
y realidad absoluta que en dos años ni logran,
dos poemas destacados,
o relevantes,
sin saber
ya creen que saben,
y ni continuidad tres años seguidos,
soltando sus mediocridades de su conciencia
evidente,
¿Celoso?
Simple y llano me arde desprestigien todo lo que amo,
y me dejen como necio, insulso,
loco pobrecito del barrio,
mientras mi rosa azur
casi es malva, violeta su fulgor,
dejadme pues, cuidando, mi huerto de luna,
el sentimiento es brillo,
es luz sin más motivo,
su pensamiento,
en ninguna realidad se puede llamar poesía,
ni emoción, ni sensación,
ni resplandor de carbón lamido,
ni debo esperar ni sembrar
rito, funeral o luto.
El tiempo es más fuerte que yo,
y mi relámpago ni fortuito,
ni  mi hierro luce oxidado,
por qué diréis,
porque está y sostiene mi cuerpo recto,
sembrado.


Förüq


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