Me senté en la grama
después una tormenta
me senté entre los aposentos
del silencio,
el frío llegaba del norte mi cabeza,
era un día de alguno y de nadie,
las rojas paredes de mi pecho
crepitaban su latir cuarteado,
mientras mi pulso me abandonó
a otra orilla,
a otra rivera sin mí
sin un sentido al mando,
revoloteaba un hada verde
sobre los posos un café
con hielo y un chorrito de anís
nada pensé sobre el negro lirio,
ni su puerto de tierra,
un ciprés y una cabra rojiza que masticaba,
al compás de un sí bemol,
el traslúcido pío,
iba mi barca de un confín a un sin vivir
brotaba del yerbaje una breve fantasma
de espíritu en tierra suplicante,
oh vida, cómo llamarte,
de incienso y negras tijeras
siempre acudías,
tu agua bailé,
que corría por el caño
como hilo una azul seda,
gota tras gota yo iba a tu boca
que tu selvaje me toca,
un instante
mi pecho volvió a ser charco de vida
y alarde que sube toda cumbre
y de ti me empapa
oh bella locura mía
si al menos fuiste mía
cuéntame tus penas
que mi razón ya no cubres,
oh, cristalizada entre cielo y río,
entre helechos
que manchan toda sangre
eres pureza de sacrificio primaveral
importuno,
me habitan las perfectas tierras
del Sol y sus sombras,
ay, la tierra
y sus gusanos que somos y seremos,
oh sentidos niños
que apartan la visión de mundo yerto
y de un botijo la sangre
me retiro por si tanto respiro.
Förüq y Leannán-Sídhe
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