I
Escarda ya, de una vez,
los cortejos enlutados
que pudiste volar
sobre las placas obscuras
de mis lápidas.
Enmudecer las ciegas
yemas de mi árbol,
para sentir la callada
amistad de las venas.
Encierra en fosos
las ruinas de todas
ciudades, donde este tierno
arcángel mece,
manda al manto subterráneo
el lívido aroma todo
espectro precipita,
ahinco todos mis espejuelos de escarcha
y juventud.
II
Permite que vea
tus tiernas valquírias,
de piel y seda,
germina mis pesadas falanges
de mis manos,
sé viento que pasa
y me respira,
y no tengo que volver
mi rostro.
No busco la liviana cicatriz
de tu sexo,
sí incitar a estos fantasmas
su lívido de noche,
vestigio florido una corona.
Me apartaré de asuntos
claros, cualquier tarde
pueda abandonar a éste
que riega.
III
Tarde de ancho ocaso granate,
de ramas azules sin sonido,
pies lisos y huecos,
de alto dios vestigial,
viento que alargó mi pulso,
entre hojarasca de aves
casi transparentes,
silencio de nísperos vacíos.
Qué espiga tan sagrada
la de tus pechos,
agua de cipréses y mi
tormento,
dinteles de niños traslúcidos.
No he muerto,
no soy hijo del odio,
ni de una muerte,
vivo ahora en el suelo del
delgado cielo soterrado.
Förüq y Leannán-Sídhe
El castellano
MIGUEL ESTEBAN MARTÍNEZ GARCÍA
a 29-05-2025
Comentarios
Publicar un comentario