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Idioma de la Flor de Odín

 








I

Soñaba con esa gente
que pasea, y decía
a dónde irán,
ellos no saben el camino
mi soñar, de luna
se mira en su espejo
temblorosa, vosotros
sabéis el camino
otros sones enaltecerán
¿Dónde irán? , esa gente
mi sueño si no saben
mi camino
yo sé seguro el
camino está hecho.

II
Necesito seguir soñando
sobre piedras frías
y un cerro y un erial
nadie encanta ni deleita
me duele la cicatriz
hecha luz, el andar
no hace camino
otros rostros zarparán
misma sombra de los dioses
sobre una luz pasajera
que purísima levita,
oh alma dorada al clamor
que baja, comatoso río
irisado tras tu presencia.

III
Animalito de presencia
a escala rigurosa, 
de silencio guardado
en batir de sangre,
candor de letra uña
y tierra a la espada,
te ama todo reflejo
de fascinada humedad
lisonjero, de sombra
feliz que en sombrero
no guardo
arrastra el sol de frío,
a los labios
metal o duro tambor;
luna rosa a temblor de miel.




MIGUEL ESTEBAN MARTÍNEZ GARCÍA

Comentarios

  1. Carlos Alberto Huamán Arellano
    Administrador
    Experto del grupo en Teacher-Administrator Relationships
    El poema “Idioma de la Flor de Odín” de Miguel Esteban Martinez Garcia es una obra modernista que se sumerge en la introspección y la búsqueda de significado en un mundo que parece indiferente a las rutas individuales.
    En la primera estrofa, el poeta reflexiona sobre la incertidumbre de la vida, donde la gente camina sin conocer su destino, mientras que él, a través de sus sueños, encuentra una dirección clara. La luna, un símbolo recurrente de lo onírico y lo inalcanzable, se convierte en un espejo que refleja no solo la imagen del soñador sino también su conocimiento interno del “camino”.
    La segunda estrofa nos lleva a un paisaje más árido y solitario, donde el soñar se convierte en una necesidad para escapar de la realidad dolorosa y cicatrizada. La “luz pasajera” y la “alma dorada” sugieren una búsqueda de lo trascendental, un anhelo de algo más allá de lo mundano.
    Finalmente, la tercera estrofa personifica al “animalito de presencia”, posiblemente como una metáfora del propio yo del poeta o de la naturaleza instintiva del ser humano. La “fascinada humedad” y la “luna rosa a temblor de miel” evocan una belleza delicada y efímera, contrastando con la dureza del “metal o duro tambor”.
    En conjunto, el poema es un viaje lírico que explora la dualidad entre la realidad tangible y el mundo de los sueños, entre la búsqueda personal y la colectividad indiferente, entre la dureza de la vida y la suavidad de las aspiraciones poéticas.

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