Espiga roja sangrante:
Con el filo descarnado
y brillo reluciente
está la espada que severidad,
dirige
blandiendo surcos
en fosas yertas, funerarias.
A lo que su empeño consta
y sucede.
entre adobes y cuchillos calizos
entre cal y tierra férrea,
la sangre del inframundo reverdece.
Quilla de un flagrante monte
que Geríones desplaza,
surcado por el metal
de hilo de cobre esquela nativa
de mis ancestros,
sonaba con el viento
haciendo temblar calaveras
por gramas densas y espigas sanguíneas
en lo alto de aquel poste de telégrafo.
El viento tenía estridencia
y lamento seco como chirriar de gemido.
Digno a desatar quimeras y bestias rectas.
Capaz de dar voz a lo inerte de la vida.
Entre coraje y sentencia
volaba el vilano
en magnificencia del fría aura,
sola como nace la primavera
en una flor contagiosa.
II Hoja:
Allí plantado
como se siembra una pipa
en mitad del abismo,
me encontré, detuve el sonido
entre escalas y cielos soterrados.
con un precoz almíbar
Planté una pila de lluvia sobre marzo,
contestó entre gramófonos la tierra;
de septiembre
una melodía jamás interpretada
y jamás semejante o similar
a haberla escuchado una vez.
Era como un maullido entre gramas
y bocas sedientas de un gato morado.
Como cerrar y esperar que la compuerta secara,
de esa acequia que mi sangre lleva
como desplomar semillas
y aventar espigas granates;
plantado como una sola
de carne y tinta
que la espera viola.
Y frunce su golondrina espectral.
Era un soto de daturas
y ababoles cabalgados,
como un crujir de la mecedora
del linde vago,
era entablar con el alacrán soberanista
quien yo era,
como afilar pesquisas
que caminan yertas
su alacridad helada,
por caballos de fuego
y acordeones de agua,
como elevar el ara
y ver qué desquicia se siembra.
Voy por el tercer junco de Castilla,
y hasta su encina afligida,
entre soturnos lindes
teñidos de cal y canto,
arrastrando errores inmortales,
y sueños desangelados.
Premisa que ardía en un solitario espino,
acampado de sus falanges
amilanadas por vastedades
y simientes frívolas
despertaba el otoño
justo en el carrizo
y mi tabaco fugaz
de antigua brea
que expulsaba su color,
rencilla entre espasmos
y savias precoces del terreno,
jamás dormido,
jamás monótono, despierto,
un caminar y descubrir
que todo vuelve a comenzar.
III
Tierra de encina:
Encina carne
y cuerpo que en ti
el campo hizo;
emblema insignia.
Follaje recio, duro,
inmoble al transitar
del viento.
Sobrehaz madre natura
de pedernoso azar de catedral
que de ti hizo san Esteban,
parda encina te escribo
desde el reposo del hombre fluyo,
como sangre me sostiene
en manadero de tu lecho de tierra.
Apretada y densa
lloras al camino,
no caes en invierno
ni te desdibujan heladas,
soles de siglos
doran tu espada,
árbol férreo
de árido horizonte,
frente los ojos,
viejo monumento
que sacudes,
el alma de la roca.
Brotada del mismo fuego pareces,
oh parda encina,
yo a ti acudo virgen
que en tus hojas veo pulcritud de estelas,
puntadas de unión de cielo y terreno,
en ti campo se hizo,
de tus lagrimas otorgaste flores la tierra,
meseta navegas con flor de piedra,
árbol solemne tú eres,
a ti rindieran cantos
a ti rindieran cuchillas,
campo de víboras
has pisado,
espejo de pueblo eres
que guardas reposo
y pasado.
Acoge Virgen de la Encina
mi canto manso.
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